"La carta perdida" Parte 3
El martes llegó más rápido de lo que Lucía esperaba. Durante los dos días previos, había pasado por todas las etapas posibles: curiosidad, duda, miedo, emoción y, finalmente, resignación. Sabía que iría, aunque su mente tratara de encontrar razones para no hacerlo. Había algo en esa carta, en esas palabras sinceras y desarmadas, que la empujaban más allá de cualquier lógica.
Salió de su departamento a las 17:15. Había calculado que, caminando, tardaría unos 20 minutos en llegar al café, lo suficiente para ordenar sus pensamientos, pero no tanto como para arrepentirse. Caminó despacio, viendo su reflejo en las vidrieras de las tiendas. Llevaba puesta una campera verde oliva y el cabello suelto, tal vez intentando parecer casual aunque por dentro estuviera en guerra con sus emociones.
Cuando llegó a la esquina de Soler y Borges, se quedó un momento observando el lugar desde afuera. Era un café pequeño, con ventanales empañados por el vapor de las tazas y una luz cálida que contrastaba con el frío de la tarde. Desde ahí podía ver las mesas, la barra, y a un par de personas sentadas en diferentes rincones. Su corazón latía con fuerza mientras intentaba imaginar cómo sería Marcos.
Entró al café y fue recibida por el aroma a café recién molido y el murmullo bajo de las conversaciones. Lucía miró alrededor, buscando a alguien que pudiera encajar con la imagen que había construido en su mente. Había un hombre mayor leyendo un libro junto a la ventana, una mujer de cabello rizado escribiendo en una libreta, y, en una mesa al fondo, un hombre que jugaba con el asa de su taza.
Era él. Lo supo porque el sobre estaba allí, justo frente a él.
Lucía se acercó con pasos firmes, aunque por dentro sentía que sus piernas eran de papel.
—¿Marcos? —preguntó, con un hilo de voz.
El hombre levantó la mirada, sorprendido. Tenía el cabello oscuro y algo despeinado, como si no hubiera tenido tiempo de acomodarse antes de salir. Sus ojos, sin embargo, eran lo que más llamaba la atención: grandes, de un marrón cálido, pero llenos de algo que parecía una mezcla de cansancio y esperanza.
—¿Vos leíste la carta? —dijo, después de un segundo de silencio.
Lucía asintió y señaló el sobre.
—La encontré en mi edificio.
—No puedo creer que alguien haya venido —respondió Marcos, sonriendo nervioso.
Lucía se sentó frente a él, apoyando el bolso sobre sus rodillas. Por un momento, ninguno de los dos habló. Ella estudiaba su rostro, buscando señales de autenticidad, mientras él parecía procesar que la persona frente a él era real.
—¿Por qué escribiste esa carta? —preguntó Lucía finalmente.
Marcos suspiró, tomando un sorbo de café antes de responder.
—No sé… Bueno, sí lo sé. Escribí la carta porque necesitaba sacarme de encima algo que me estaba pesando. Perder a alguien que amás no es fácil, pero perderla por tus propios errores… eso te carcome. Quise ponerlo en palabras, aunque fuera para nadie.
Lucía inclinó la cabeza, intrigada.
—¿Y por qué dejarla en un lugar donde alguien pudiera encontrarla?
Él sonrió, encogiéndose de hombros.
—Tal vez porque una parte de mí quería que alguien la leyera. Que alguien me entendiera, aunque no me conociera.
Ella no respondió de inmediato. Miró el sobre en la mesa, ese pedazo de papel que la había llevado hasta ahí, y pensó en todas las veces que ella misma había querido gritarle al mundo lo que sentía, pero se había contenido.
—¿Qué pasó con ella? —preguntó, en voz baja.
Marcos se pasó una mano por el cabello, como si estuviera tratando de encontrar las palabras correctas.
—La arruiné. Mentí. No fue algo enorme, pero fue suficiente para romper la confianza que tenía en mí. Y cuando quise arreglarlo, ya era tarde. Ella se fue. —Hizo una pausa, mirando la taza frente a él. Luego, agregó—: Me quedé con la sensación de que nunca la merecí.
Lucía lo observó con detenimiento. Había algo en su tono, en la manera en que hablaba, que le hacía creer en su arrepentimiento.
—¿Y ahora qué buscás? —preguntó, con genuina curiosidad.
Marcos levantó la mirada y la sostuvo.
—Nada, la verdad. No escribí la carta para recuperar a nadie, ni para pedir perdón. Solo quería ser honesto conmigo mismo. Y ahora… bueno, supongo que estaba destinado a conocerte.
Lucía soltó una pequeña risa.
—¿Creés en el destino?
—No hasta hoy.
Ambos rieron, y la tensión en el ambiente se disipó un poco. Hablaron durante horas, de cosas pequeñas y grandes: de los errores que ambos habían cometido, de las veces que la vida los había empujado en direcciones inesperadas, y de cómo a veces una simple decisión, como dejar una carta o leerla, podía cambiarlo todo.
Para cuando el café empezó a cerrar, ya no eran dos desconocidos. Había algo en la forma en que se miraban que decía que el encuentro no terminaría ahí.
Epílogo
Dos años después, Lucía y Marcos caminaban de la mano por esa misma esquina, riendo como adolescentes. Ella llevaba un libro en la otra mano, uno que él le había regalado en su primer aniversario: "Cartas que nunca envié."
—¿Te acordás cómo empezó todo? —dijo Marcos, sonriendo.
—Por una carta que nunca debí haber encontrado —respondió Lucía, dándole un suave empujón en el brazo.
—O que estaba destinada a que la encontraras.
Lucía se detuvo, lo miró a los ojos y sonrió.
—Tal vez las mejores cosas de la vida empiezan así, sin planearlas.
Y mientras el sol se ponía sobre la ciudad, iluminando sus rostros, ambos supieron que la vida, aunque a veces caótica e impredecible, siempre encuentra la manera de unir a las almas que están destinadas a encontrarse.
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