"La carta perdida" Parte 1

 El sobre estaba tirado justo frente a la puerta del edificio, como si el viento lo hubiera depositado ahí sin un destino claro. Lucía, cargando las bolsas del supermercado y con el bolso colgando de un hombro, apenas le prestó atención. Pensó que era una propaganda más, de esas que invaden los pasillos con descuentos de lavaderos y pizzerías. Sin embargo, al pasar junto a él, algo llamó su atención: el papel no parecía el típico volante. Era un sobre envejecido, el borde algo doblado y la tinta en él escrita a mano.

Con las bolsas haciendo equilibrio, giró la cabeza para mirarlo de nuevo mientras caminaba hacia el ascensor. “¿Y si no es publicidad? ¿Y si alguien lo dejó ahí por error?” Se detuvo. Algo en su pecho, una curiosidad que no sabía de dónde venía, le hizo volver sobre sus pasos. Dejó las bolsas en el suelo, se agachó y recogió el sobre. Era liviano, casi frágil.

Lo sostuvo unos segundos, estudiándolo. No tenía dirección ni sello. Solo un nombre escrito con una caligrafía torpe pero elegante: "Para alguien que aún cree en los finales felices."

—¿Qué es esto? —murmuró para sí misma, girándolo entre los dedos. Miró alrededor del pasillo, pero no había nadie. Ni una sola pista sobre quién lo había dejado allí ni por qué.

El ascensor se abrió y un vecino pasó a su lado, distraído con el celular. Lucía no dijo nada. Subió las bolsas y el sobre hasta su departamento, aún preguntándose si debía abrirlo.

Una vez adentro, dejó todo sobre la mesa de la cocina. El sobre permanecía en su mano, casi como si tuviera vida propia. Lo estudió bajo la luz. El papel estaba desgastado, como si hubiese pasado por varias manos antes de llegar a ella. Respiró hondo y, con un movimiento rápido, rasgó el borde.

Dentro había una hoja doblada en cuatro partes, escrita con tinta azul. La letra era desigual, un poco temblorosa, como si el autor hubiese dudado en cada palabra.

“Querida persona desconocida:

No sé quién sos, pero necesitaba que alguien leyera esto. Alguien que todavía tenga fe en que, incluso cuando todo parece perdido, algo bueno puede pasar. Yo la perdí hace tiempo, y estoy tratando de recuperarla. Mi nombre es Marcos, y esta carta es mi manera de buscar un poco de luz en un mundo que se me volvió gris...”

Lucía dejó de leer un momento, mirando el papel con el entrecejo fruncido. ¿Qué clase de broma era esa? Pero algo en la honestidad de esas palabras, en su tono casi desesperado, la hizo seguir leyendo.

“Tuve un amor que dejé escapar. Fui torpe, egoísta, y ahora lo único que me queda de ella son recuerdos que intento no olvidar. No escribo esto para buscar consuelo ni para justificarme. Solo quiero que alguien, quien sea, sepa que aún estoy buscando redimirme. Y que tal vez, en algún rincón de esta ciudad, haya alguien que me entienda.”

Lucía sintió un nudo en el estómago. No entendía por qué aquellas palabras la tocaban de esa manera. Tal vez era la forma en que estaban escritas, o tal vez porque hacía tiempo que ella misma sentía que algo le faltaba, aunque no supiera exactamente qué.

La carta continuaba:

“Si decidís responder, estaré esperando en el café de la esquina de Soler y Borges, el próximo martes a las 18:00. No sé si alguien leerá esto, pero si lo hacés, gracias por tomarte el tiempo. Y si no venís, lo entenderé. A veces las palabras no alcanzan, y la vida sigue. Pero al menos quería intentarlo.”

Lucía se quedó mirando la hoja durante varios minutos. ¿Qué se suponía que debía hacer? No conocía a Marcos, ni sabía si esto era real o alguna especie de juego. Pero había algo en todo aquello que no podía ignorar.

Miró el calendario en su celular. Era viernes. Había tiempo para decidir.

Sin embargo, mientras se acomodaba en el sillón con una taza de té, la carta seguía ahí, mirándola desde la mesa, como si le pidiera a gritos una respuesta.

Y aunque intentara convencerse de que era solo un papel, un mensaje perdido, no podía ignorar esa chispa que había encendido en ella. Esa sensación de que, tal vez, algo importante estaba por suceder.

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