"La carta perdida" Parte 2
El sobre permaneció en la mesa de Lucía todo el fin de semana. Cada vez que pasaba por el living, su mirada terminaba en el papel, como si la carta misma tuviera algo que decirle. Había intentado ignorarla. El viernes a la noche la dejó junto a un libro, pensando que la distracción le haría olvidar. El sábado la movió al estante, como si así pudiera alejarla de sus pensamientos. Pero para el domingo a la tarde, la tenía otra vez en la mano, leyéndola por décima vez.
Algo en aquellas palabras la tocaba de una manera que no entendía. Quizás era la honestidad con la que Marcos hablaba del amor perdido, o tal vez era la forma en que reconocía su propio error. No buscaba excusas, ni culpaba a nadie. Solo hablaba con esa vulnerabilidad que pocas veces se encuentra en las personas.
Lucía suspiró, tirándose en el sillón. Miró el celular. Domingo, 18:47. Si quería ir, tenía hasta el martes para decidir.
Pero, ¿por qué le costaba tanto tomar una decisión?
No es que no creyera en los finales felices… Es solo que había aprendido a no esperarlos.
Se levantó de golpe. Necesitaba salir, despejarse. Se puso las zapatillas, agarró la campera y bajó a caminar.
Las calles de Buenos Aires estaban tranquilas a esa hora. Un par de turistas paseaban con mapas en la mano, alguna pareja reía en una esquina, y los bares empezaban a llenarse de gente que estiraba el fin de semana con una cerveza de más.
Lucía caminó sin rumbo, con las manos en los bolsillos y la cabeza llena de preguntas. ¿Quién era Marcos? ¿Por qué había dejado una carta sin destinatario? ¿Y si era una trampa? Pero, sobre todo… ¿por qué le importaba tanto?
Se detuvo en una vidriera sin darse cuenta. Era una librería pequeña, de esas que tienen estanterías de madera y olor a papel viejo. No tenía intenciones de entrar, pero en la puerta había un pizarrón con una frase escrita en tiza:
"Si no te animás a los finales felices, nunca tendrás historias para contar."
Lucía soltó una risa corta. ¿El universo le estaba mandando señales ahora?
Entró sin pensarlo mucho. No buscaba nada en particular, pero recorrer los pasillos le ayudaba a aclarar la mente. Pasó los dedos por los lomos de los libros, deteniéndose en algunos títulos al azar.
—Tenés cara de estar buscando algo que no sabés qué es —dijo una voz a su lado.
Lucía giró. Una mujer de unos cincuenta años, con anteojos grandes y una sonrisa amable, la miraba desde el otro lado del estante.
—Algo así —admitió ella.
—A veces los libros nos encuentran antes de que sepamos que los necesitamos.
Lucía sonrió por cortesía, aunque la frase le quedó resonando.
—¿Querés una recomendación? —preguntó la mujer.
Lucía asintió.
La mujer se movió entre los estantes con seguridad, como si conociera cada rincón de la librería. Sacó un libro pequeño, con tapas de un azul desvaído, y se lo extendió.
"Cartas que nunca envié."
—Es una recopilación de cartas reales que nunca llegaron a destino. Algunas de amor, otras de despedida, otras que quedaron en el olvido. Tal vez alguna te ayude a encontrar lo que buscás.
Lucía lo tomó entre las manos, sintiendo la textura rugosa de la tapa. Algo en el título le dio un escalofrío leve, como si la carta de Marcos y este libro estuvieran conectados de alguna forma.
—Me lo llevo.
Cuando llegó a casa, ya era de noche. Se preparó un té y se sentó en el sillón con el libro en las manos. Lo abrió al azar, dejando que el destino eligiera por ella.
"Querido desconocido," decía la primera frase de la carta que le tocó.
Lucía sintió que el aire en la habitación se volvía un poco más denso.
"No sé quién sos, pero me gustaría pensar que, en algún rincón del mundo, alguien va a leer esto y va a entenderme..."
Su corazón dio un vuelco.
Era absurdo, por supuesto. Una simple coincidencia. Pero la sensación en su pecho no era coincidencia.
Apoyó el libro en la mesa y agarró la carta de Marcos. La leyó una vez más.
Martes, 18:00.
Ya no era cuestión de si quería ir o no.
Era cuestión de aceptar que, en algún nivel, ya había decidido.
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