El tipo que resuelve

Siempre fui ese. El que está cuando nadie sabe por dónde arrancar. El que no se queja, no pregunta mucho, solo hace. No porque me guste, no porque me sienta un héroe ni nada por el estilo. Es más simple que eso: si no lo hago yo, no lo hace nadie. Y la verdad, me cuesta ver las cosas rotas sin intentar arreglarlas. No sé si es instinto o costumbre, pero me pasa con todo: la familia, los amigos, el laburo.
No me pidas que esté en todas, pero siempre estoy. O al menos lo intento. Me llaman cuando hay un quilombo, cuando hay que ir a buscar a alguien a la madrugada, cuando hay que mover cosas pesadas o arreglar un error que nadie sabe ni de dónde salió. Y yo voy. No me hago el difícil. No me gusta eso de hacerse desear. ¿Para qué? Prefiero aparecer y resolverlo de una. Menos charla, más acción.
El problema de ser el que resuelve es que a nadie se le ocurre preguntar "¿y vos, cómo andás?" Porque todos asumen que estoy bien, que si puedo con los problemas de los demás, los míos deben estar bajo control. Spoiler: no siempre es así. Pero aprendí a tragarme el nudo y seguir, porque no me gusta cargar a los otros con mis cosas. Capaz es orgullo, capaz es miedo a que no sepan qué hacer con eso.
No te voy a mentir, hay días que estoy quemado. Porque siempre ser el fuerte cansa. A veces quisiera ser el que llora, el que llama a alguien y dice "no doy más, vení". Pero no. Por alguna razón, me cuesta. ¿A quién llamo si yo soy el que resuelve? Nadie se da cuenta de eso. Vos ayudás, escuchás, acompañás, pero no esperes que alguien haga lo mismo por vos. No porque no quieran, sino porque ya te etiquetaron: “este siempre puede solo”.
Y ojo, no me victimizo, no quiero que me aplaudan. No soy mártir de nada. Elijo estar ahí. Elijo ser el que soluciona las cosas porque sé lo que se siente no tener a nadie. Sé lo que es pedir ayuda y que todos se hagan los sordos. Y no quiero que nadie sienta eso por mi culpa. Así que voy, hago, resuelvo. Capaz no soy el más rápido, pero llego.
Igual, con el tiempo aprendí algo: no todo hay que resolverlo. Hay cosas que no son para uno, hay cosas que no te corresponden. Y eso cuesta aceptarlo, porque el que está acostumbrado a solucionar, cree que puede con todo. Pero no, no podés con todo. Hay mochilas que no son tuyas y, si las cargás, te rompen la espalda. Lo aprendí de la peor forma: agotándome.
Así que ahora trato de elegir. No siempre me sale, pero trato. Aprendí a decir "no puedo", "no llego", "hoy no, mañana vemos". Porque, ¿sabés qué? Nadie te da una medalla por salvar al mundo. La gente sigue con su vida y vos quedás ahí, hecho polvo, pensando en la próxima vez que te necesiten.
Pero acá estoy, como siempre, el que resuelve. No me quejo, pero a veces... a veces estaría bueno que alguien resuelva por mí, aunque sea una vez.

Comentarios

Entradas populares