Quererte fue como regar un cactus
Te quise como el que riega un cactus todos los días, creyendo que más agua lo iba a hacer crecer más rápido. No me daba cuenta de que, en realidad, te estaba ahogando, que vos no necesitabas tanto, que estabas hecha para sobrevivir sola, en tu propio desierto.
Yo te miraba y veía tus espinas, pero pensaba que si las tocaba con cuidado no me iban a lastimar. Spoiler: me lastimaron. Pero ahí seguí, cuidándote como si fueras una planta delicada, cuando en realidad vos estabas hecha para resistir tormentas de arena, no para florecer conmigo.
Y lo peor es que vos nunca pediste que te riegue. Era yo el que insistía, el que creía que podía darte algo que no estabas buscando. Pensaba que un poco más de amor, un poco más de cuidado, iban a hacer que te abrieras. Pero no. Te quedaste igual, dura, cerrada, como si yo fuera el problema por querer ver un brote donde no lo había.
Hasta que me di cuenta. Me miré las manos llenas de espinas y entendí que no se puede amar a un cactus como si fuera una rosa. No es culpa del cactus; es culpa del que no entiende cómo cuidarlo.
Así que solté la regadera. Me fui. Porque, aunque te quise, también entendí que no era mi lugar. Mi amor era para otro tipo de tierra, para alguien que también quisiera florecer conmigo.
Y vos… vos seguís en tu desierto. Y está bien. Algunos amores están hechos para sobrevivir en solitario.
Yo te miraba y veía tus espinas, pero pensaba que si las tocaba con cuidado no me iban a lastimar. Spoiler: me lastimaron. Pero ahí seguí, cuidándote como si fueras una planta delicada, cuando en realidad vos estabas hecha para resistir tormentas de arena, no para florecer conmigo.
Y lo peor es que vos nunca pediste que te riegue. Era yo el que insistía, el que creía que podía darte algo que no estabas buscando. Pensaba que un poco más de amor, un poco más de cuidado, iban a hacer que te abrieras. Pero no. Te quedaste igual, dura, cerrada, como si yo fuera el problema por querer ver un brote donde no lo había.
Hasta que me di cuenta. Me miré las manos llenas de espinas y entendí que no se puede amar a un cactus como si fuera una rosa. No es culpa del cactus; es culpa del que no entiende cómo cuidarlo.
Así que solté la regadera. Me fui. Porque, aunque te quise, también entendí que no era mi lugar. Mi amor era para otro tipo de tierra, para alguien que también quisiera florecer conmigo.
Y vos… vos seguís en tu desierto. Y está bien. Algunos amores están hechos para sobrevivir en solitario.
Comentarios
Publicar un comentario