La energia nunca miente

 Siempre me pasa. Los animalitos se me acercan, los niños quieren jugar conmigo, la gente quiere contarme su vida. Como si llevara un cartel pegado en la frente que dice "acá podés estar tranquilo". Y yo no sé si es la cara, la voz, la forma de mirar o qué carajo será, pero pasa.

Voy por la calle y un perro me sigue sin que lo llame. Me siento en un bar y el mozo me cuenta que está cansado, que su jefe lo tiene podrido, que sueña con largar todo e irse a la costa. En una reunión cualquiera, el que ni me conoce me tira un "che, te puedo decir algo que nunca le dije a nadie?". Y yo, qué sé yo, escucho. Porque entiendo que a veces uno solo necesita soltar lo que lleva adentro, aunque sea con un extraño.

Será que nunca aprendí a poner cara de “dejame en paz”. Será que no juzgo, que no apuro, que no meto excusas para rajar. Pero lo que sí entendí con los años es que la energía nunca miente. Los pibes y los bichos no chamuyan, no se acercan por interés, no se equivocan. Si te eligen, es porque algo en vos les dice que ahí pueden bajar la guardia.

Y en un mundo donde casi todo es apariencia, donde la gente mide lo que dice y a quién se lo dice, ser alguien en quien confían sin dudar es de las pocas cosas que realmente valen la pena.

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