Mejor vos que el insomnio
2:47 de la mañana y acá estoy, con los ojos como dos faroles, la cara de zombie y el pulgar dándole para arriba y para abajo, respondiendo tus mensajes. No sé por qué, pero no puedo cortar. Siempre es lo mismo: “bueno, este es el último y me voy a dormir”, pero después mandás otro, y otro, y cuando me quiero dar cuenta estoy discutiendo si los fantasmas existen o cuál fue la peor cagada que hicimos en la vida. ¿Y quién corta esa charla, decime vos? Nadie.
Lo peor es que ya me conozco. Mañana me levanto con la cara hecha bolsa, la alarma sonando como si fuera una sirena de bomberos, y yo puteando porque dormí tres horas. Pero ni ahí me arrepiento, porque hay pocas cosas más lindas que esa charla a deshora, esa complicidad de decirnos todo cuando ya no queda nadie despierto. La noche tiene otra vibra, como que todo es más sincero. A las 3 de la tarde nadie te dice que extraña a su perro de la infancia o que tiene miedo de quedarse solo, pero a las 3 de la mañana sí. Y ahí estamos nosotros, con el sueño en pausa, compartiendo confesiones como dos chorros que se cuentan los secretos en la comisaría.
Y no es que sean grandes revelaciones, ¿eh? Capaz hablamos de por qué el alfajor de maicena es el mejor invento del universo, o me tirás un “che, ¿nunca te pasó tal cosa?” y ahí se abre otro capítulo. Y yo, que ya tenía un ojo cerrado, me despierto de golpe. Me enganchás, siempre me enganchás. No puedo evitarlo. Sos buena para eso, para dejarme con la cabeza prendida cuando ya la tenía casi apagada.
Mañana la pago, seguro. Ojos hinchados, café cargado y cara de "no me hablen". Pero hoy, en este rato, no importa. No importa porque se siente bien. Porque esas charlas son como esos fueguitos de la fogata que no querés apagar. Y, la verdad, si hay alguien con quien me banco perder el sueño, que seas vos, está bien. Mejor vos que el insomnio.
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