Las distancias que no matan

Es raro cómo se siente el pecho cuando te enamorás de alguien que está más lejos que tus ganas de confiar de nuevo. Lo pensé mientras miraba el celular, clavado en la última foto que subiste, esa en la que te reís medio de costado, como si la vida todavía tuviera sentido. Y yo acá, a 800 kilómetros, tomando mate lavado y esperando el mensaje que no llega porque, seguro, te quedaste dormida viendo una serie pedorra que ni te gusta.  

Me encanta lo que me hacés sentir. Pero me da bronca también, ¿sabés? Porque no entiendo cómo te puedo extrañar tanto si nunca te tuve cerca. ¿Es joda o qué? La vida te mete en estos quilombos sin pedir permiso, y acá estoy yo, enamorado de una piba que vive tan lejos que hasta el colectivo se cansa de llegar. Y, mientras tanto, todos me dicen: "Flaco, ni la conocés." Como si el amor necesitara excusas para romperte bien el alma.  

La posta es que te pienso todo el tiempo. Hasta cuando no quiero. Cuando me baño, cuando cierro la persiana, cuando el tipo del kiosco me da el vuelto y me olvido de pedirme los beldent de menta que me gustan. No es justo, che. No es justo que te metas tan adentro de mi vida sin siquiera haber compartido un café cara a cara.  

Pero lo peor de todo, y esto no se lo digo a nadie, es que tengo miedo. Miedo de que esta distancia que ahora me quema las ganas termine siendo el pretexto para que un día te canses y digas: "Che, esto no va más." Y yo, como el boludo que soy, me quede mirando el celular, sabiendo que nunca te voy a poder abrazar cuando el mundo se te venga abajo.  

¿Sabés qué? Ojalá que todo esto sea una prueba. Ojalá que la vida me esté diciendo: "Aguantá, gil, que lo bueno siempre cuesta." Porque yo me la banco. Me banco los kilómetros, las noches sin vos y hasta que te olvides de mandarme un mensaje porque te colgaste. Pero si no es así, si todo esto termina siendo solo otra joda del destino, entonces, vida, andate a cagar. Porque no me quedan ganas de apostarle al amor si te tengo que perder.