Mensajes perdidos
Eran las dos de la mañana y todavía no podía cerrar los ojos. El teléfono estaba tirado en la cama, como si cada notificación que no llegaba le hiciera más pesado el cuerpo. Habían pasado días desde la última vez que hablaron, y la ansiedad se le pegaba en la garganta como un nudo imposible de desatar.
Sabía que no debía hacerlo, pero el dedo se deslizó hacia la conversación. Ahí estaban, los mensajes sin respuesta. Un "¿estás bien?" que nunca leyó, un "te extraño" que se quedó flotando en el aire como un eco sin retorno. Cada palabra enviada era una pieza más de su dignidad que se desmoronaba, pero no podía parar. Algo en él necesitaba ese último intento, esa última palabra que tal vez, solo tal vez, cambiara algo.
"Debería odiarte", escribió, sin pensar. "Debería borrar todo esto y seguir adelante, pero acá estoy, escribiendo como un idiota a alguien que claramente no le importa". La última palabra quedó en la pantalla, temblando como si estuviera viva. Dudó. Borrar, enviar, borrar, enviar. Al final, solo apretó el botón.
El mensaje voló al vacío, donde probablemente se perdería como los demás. Pero esta vez, no importaba. No esperaba respuesta. Solo quería sacar esa maldita espina del pecho, como si al fin dejarla salir le diera un poco de paz. Dejó el teléfono a un lado, se acomodó en la cama y cerró los ojos. Sabía que mañana seguiría doliendo, pero al menos esa noche, el peso era un poco más llevadero.
Comentarios
Publicar un comentario