A veces dolerse tambien es parte de curarse

 La vi. La puta madre, la vi. No la estaba buscando, pero viste cómo es el destino, que te muestra justo lo que no querés ver. Estaba con otro. No hacía falta que me lo presenten, lo vi en la forma en que lo miraba. No era "un amigo", no era "un compañero de la facu", era el otro. Se notaba, hermano, se notaba.
Y yo ahí, con la cabeza dándome vueltas. Quedé seco. No me salió ni putear. Capaz porque en el fondo ya sabía, viste, pero otra cosa es verlo. Verlo te parte de otra forma. Es como cuando estás jugando a las cartas con una mano de mierda, pero igual apostás y después te la muestran: ya está, perdiste, no hay más cuentos.
No me moví, ni crucé la calle. Para qué. ¿Para hacer qué? ¿Para armar un escándalo? No soy ese. Pero no sabés lo que me picaba la garganta, tenía un nudo ahí que no se bajaba ni con una botella de fernet. El ego, papá, el ego es lo que más duele. No es tanto por ella, es por vos. Porque te creías especial, el distinto, el que iba a quedarse en su cabeza, aunque sea como un recuerdo lindo. Pero no, mirala, ya está en otra. Y vos, mirando como el boludo que no entiende en qué momento se lo sacaron del partido.
No había besos, ni abrazos, ni nada obvio. Pero hay cosas que se ven en los gestos, y la confianza no se actúa. Lo noté en la forma en que ella lo miraba, en cómo él le hablaba cerquita. Ahí entendí todo. Me mordí la lengua, apreté los puños en los bolsillos y caminé.
Después, cuando llegás a tu casa, es peor. Porque ahí no tenés a nadie que te distraiga. Te tirás en la cama, mirás el techo y empezás la función: “¿Qué hice mal?”, “¿Cuándo fue que se me fue de las manos?”, “¿Y si le escribo?” No escribas, chabón, no escribas. Porque ese mensaje no lo responde nadie. Y si lo responde, no es la respuesta que estás buscando.
Te queda eso, la bronca y la resignación, las dos al mismo tiempo. Querés olvidarte, pero el cerebro es un traidor. Se acuerda de la risa de ella, de la forma en que se tapaba la boca cuando se reía fuerte, de todas esas pelotudeces que no tendrías que estar pensando. Pero ahí están, dándote vueltas como un mosquito a la madrugada.
Y sí, te vas a levantar de esta, porque siempre te levantás. Pero no ahora. Ahora no. Ahora la cabeza está pesada y el orgullo está en el piso. Dejalo ahí, no lo levantes todavía. Mañana será otro día. Hoy, dejate doler. Porque, a veces, dolerse también es parte de curarse.

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